Saturday, September 27, 2008

Al adornar el templo, no desprecies al hermano necesitado

Al adornar el templo, no desprecies al hermano necesitado

De las homilías de San Juan Crisóstomo sobre el evangelio de san Mateo
50,3-4

¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo
contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con
lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque
el mismo que dijo: Esto es mi cuerpo, y con su palabra llevó a realidad
lo que decía, afirmó también: Tuve hambre, y no me disteis de comer, y
más adelante: Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos
pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer. El templo no
necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio,
necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos.

Reflexionemos, pues, y honremos a Cristo con aquel mismo honor con que
él desea ser honrado; pues, cuando se quiere honrar a alguien, debemos
pensar en el honor que a él le agrada, no en el que a nosotros nos
place. También Pedro pretendió honrar al Señor cuando no quería dejarse
lavar los pies, pero lo que él quería impedir no era el honor que el
Señor deseaba, sino todo lo contrario. Así tú debes tributar al Señor el
honor que él mismo te indicó, distribuyendo tus riquezas a los pobres.
Pues Dios no tiene ciertamente necesidad de vasos de oro, pero SI, en
cambio. desea almas semejantes al oro.

No digo esto con objeto de prohibir la entrega de dones preciosos para
los templos, pero sí que quiero afirmar que, junto con estos dones y aun
por encima de ellos, debe pensarse en la caridad para con los pobres.
Porque, si Dios acepta los dones para su templo, le agradan, con todo,
mucho más las ofrendas que se dan a los pobres. En efecto, de la ofrenda
hecha al templo sólo saca provecho quien la hizo; en cambio, de la
limosna saca provecho tanto quien la hace como quien la recibe. El don
dado para el templo puede ser motivo de vanagloria, la limosna, en
cambio, sólo es signo de amor y de caridad.

¿De qué serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo
Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento, y luego, con
lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo. ¿Quieres hacer ofrenda de
vasos de oro y no eres capaz de dar un vaso de agua? Y, ¿de qué serviría
recubrir el altar con lienzos bordados de oro, cuando niegas al mismo
Señor el vestido necesario para cubrir su desnudez? ¿Qué ganas con ello?
Dime si no: Si ves a un hambriento falto del alimento indispensable y,
sin preocuparte de su hambre, lo llevas a contemplar una mesa adornada
con vajilla de oro, ¿te dará las gracias de ello? ¿No se indignará más
bien contigo? O, si, viéndolo vestido de andrajos y muerto de frío, sin
acordarte de su desnudez, levantas en su honor monumentos de oro,
afirmando que con esto pretendes honrarlo, ¿no pensará él que quieres
burlarte de su indigencia con la más sarcástica de tus ironías?

Piensa, pues, que es esto lo que haces con Cristo, cuando lo contemplas
errante, peregrino y sin techo y, sin recibirlo, te dedicas a adornar el
pavimento, las paredes y las columnas del templo. Con cadenas de plata
sujetas lámparas, y te niegas a visitarlo cuando él está encadenado en
la cárcel. Con esto que estoy diciendo, no pretendo prohibir el uso de
tales adornos, pero sí que quiero afirmar que es del todo necesario
hacer lo uno sin descuidar lo otro; es más: os exhorto a que sintáis
mayor preocupación por el hermano necesitado que por el adorno del
templo. Nadie, en efecto, resultará condenado por omitir esto segundo,
en cambio, los castigos del infierno, el fuego inextinguible y la
compañía de los demonios están destinados para quienes descuiden lo
primero. Por tanto, al adornar el templo, procurad no despreciar al
hermano necesitado, porque este templo es mucho más precioso que aquel
otro.

Copiado del original en www.corazones.org

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