Monday, December 12, 2005

La laicidad explicada a los niños

Esto lo tome de

http://perso.wanadoo.es/laicos/2005/580O-laicidad.htm

La laicidad explicada a los niños

FERNANDO SAVATER
En 1791, como respuesta a la proclamación por la Convención francesa de los Derechos del Hombre, el Papa Pío VI hizo pública su encíclica Quod aliquantum en la que afirmaba que "no puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres". En 1832, Gregorio XVI reafirmaba esta condena sentenciando en su encíclica Mirari vos que la reivindicación de tal cosa como la "libertad de conciencia" era un error "venenosísimo". En 1864 apareció el Syllabus en el que Pío IX condenaba los principales errores de la modernidad democrática, entre ellos muy especialmente -dale que te pego- la libertad de conciencia. Deseoso de no quedarse atrás en celo inquisitorial, León XIII estableció en su encíclica Libertas de 1888 los males del liberalismo y el socialismo, epígonos indeseables de la nefasta ilustración, señalando que "no es absolutamente lícito invocar, defender, conceder una híbrida libertad de pensamiento, de prensa, de palabra, de enseñanza o de culto, como si fuesen otros tantos derechos que la naturaleza ha concedido al hombre. De hecho, si verdaderamente la naturaleza los hubiera otorgado, sería lícito recusar el dominio de Dios y la libertad humana no podría ser limitada por ley alguna". Y a Pío X le correspondió fulminar la ley francesa de separación entre Iglesia y Estado con su encíclica Vehementer, de 1906, donde puede leerse: "Que sea necesario separar la razón del Estado de la de la Iglesia es una opinión seguramente falsa y más peligrosa que nunca. Porque limita la acción del Estado a la sola felicidad terrena, la cual se coloca como meta principal de la sociedad civil y descuida abiertamente, como cosa extraña al Estado, la meta última de los ciudadanos, que es la beatitud eterna preestablecida para los hombres más allá de los fines de esta breve vida". Hubo que esperar al Concilio Vaticano II y al decreto Dignitatis humanae personae, querido por Pablo VI, para que finalmente se reconociera la libertad de conciencia como una dimensión de la persona contra la cual no valen ni la razón de Estado ni la razón de la Iglesia. "¡Es una auténtica revolución!", exclamó el entonces cardenal Wojtyla.

¿Qué es la laicidad? Es el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso, la separación entre la esfera terrenal de aprendizajes, normas y garantías que todos debemos compartir y el ámbito íntimo (aunque públicamente exteriorizable a título particular) de las creencias de cada cual. La liberación es mutua, porque la política se sacude la tentación teocrática pero también las iglesias y los fieles dejan de estar manipulados por gobernantes que tratan de ponerlos a su servicio, cosa que desde Napoleón y su Concordato con la Santa Sede no ha dejado puntualmente de ocurrir, así como cesan de temer persecuciones contra su culto, tristemente conocidas en muchos países totalitarios. Por eso no tienen fundamento los temores de cierto prelado español que hace poco alertaba ante la amenaza en nuestro país de un "Estado ateo". Que pueda darse en algún sitio un Estado ateo sería tan raro como que apareciese un Estado geómetra o melancólico: pero si lo que teme monseñor es que aparezcan gobernantes que se inmiscuyan en cuestiones estrictamente religiosas para prohibirlas u hostigar a los creyentes, hará bien en apoyar con entusiasmo la laicidad de nuestras instituciones, que excluye precisamente tales comportamientos no menos que la sumisión de las leyes a los dictados de la Conferencia Episcopal. No sería el primer creyente y practicante religioso partidario del laicismo, pues abundan hoy como también los hubo ayer: recordemos por ejemplo a Ferdinand Buisson, colaborador de Jules Ferry y promotor de la escuela laica (obtuvo el premio Nobel de la paz en 1927), que fue un ferviente protestante.

En España, algunos tienen inquina al término "laicidad" (o aún peor, "laicismo") y sostienen que nuestro país es constitucionamente "aconfesional" -eso puede pasar- pero no laico. Como ocurre con otras disputas semánticas (la que ahora rodea al término "nación", por ejemplo) lo importante es lo que cada cual espera obtener mediante un nombre u otro. Según lo interpretan algunos, un Estado no confesional es un Estado que no tiene una única devoción religiosa sino que tiene muchas, todas las que le pidan. Es multiconfesional, partidario de una especie de teocracia politeista que apoya y favorece las creencias estadísticamente más representadas entre su población o más combativas en la calle. De modo que sostendrá en la escuela pública todo tipo de catecismos y santificará institucionalmente las fiestas de iglesias surtidas. Es una interpretación que resulta por lo menos abusiva, sobre todo en lo que respecta a la enseñanza. Como ha avisado Claudio Magris (en "Laicità e religione", incluido en el volumen colectivo Le ragioni dei laici, ed. Laterza), "en nombre del deseo de los padres de hacer estudiar a sus hijos en la escuela que se reclame de sus principios -religiosos, políticos y morales- surgirán escuelas inspiradas por variadas charlatanerías ocultistas que cada vez se difunden más, por sectas caprichosas e ideologías de cualquier tipo. Habrá quizá padres racistas, nazis o estalinistas que pretenderán educar a sus hijos -a nuestras expensas- en el culto de su Moloch o que pedirán que no se sienten junto a extranjeros...". Debe recordarse que la enseñanza no es sólo un asunto que incumba al alumno y su familia, sino que tiene efectos públicos por muy privado que sea el centro en que se imparta. Una cosa es la instrucción religiosa o ideológica que cada cual pueda dar a sus vástagos siempre que no vaya contra leyes y principios constitucionales, otra el contenido del temario escolar que el Estado debe garantizar con su presupuesto que se enseñe a todos los niños y adolescentes. Si en otros campos, como el mencionado de las festividades, hay que manejarse flexiblemente entre lo tradicional, lo cultural y lo legalmente instituido, en el terreno escolar hay que ser preciso estableciendo las demarcaciones y distinguiendo entre los centros escolares (que pueden ser públicos, concertados o privados) y la enseñanza misma ofrecida en cualquiera de ellos, cuyo contenido de interés público debe estar siempre asegurado y garantizado para todos. En esto consiste precisamente la laicidad y no en otra cosa más oscura o temible.

Algunos partidarios a ultranza de la religión como asignatura en la escuela han iniciado una cruzada contra la enseñanza de una moral cívica o formación ciudadana. Al oírles parece que los valores de los padres, cualesquiera que sean, han de resultar sagrados mientras que los de la sociedad democrática no pueden ex

-plicarse sin incurrir en una manipulación de las mentes poco menos que totalitaria. Por supuesto, la objeción de que educar para la ciudadanía lleva a un adoctrinamiento neofranquista es tan profunda y digna de estudio como la de quienes aseguran que la educación sexual desemboca en la corrupción de menores. Como además ambas críticas suelen venir de las mismas personas, podemos comprenderlas mejor. En cualquier caso, la actitud laica rechaza cualquier planteamiento incontrovertible de valores políticos o sociales: el ilustrado Condorcet llegó a decir que ni siquiera los derechos humanos pueden enseñarse como si estuviesen escritos en unas tablas descendidas de los cielos. Pero es importante que en la escuela pública no falte la elucidación seguida de debate sobre las normas y objetivos fundamentales que persigue nuestra convivencia democrática, precisamente porque se basan en legitimaciones racionales y deben someterse a consideraciones históricas. Los valores no dejan de serlo y de exigir respeto aunque no aspiren a un carácter absoluto ni se refuercen con castigos o premios sobrenaturales... Y es indispensable hacerlo comprender.

Sin embargo, el laicismo va más allá de proponer una cierta solución a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia (o las iglesias) y el Estado. Es una determinada forma de entender la política democrática y también una doctrina de la libertad civil. Consiste en afirmar la condición igual de todos los miembros de la sociedad, definidos exclusivamente por su capacidad similar de participar en la formación y expresión de la voluntad general y cuyas características no políticas (religiosas, étnicas, sexuales, genealógicas, etc...) no deben ser en principio tomadas en consideración por el Estado. De modo que, en puridad, el laicismo va unido a una visión republicana del gobierno: puede haber repúblicas teocráticas, como la iraní, pero no hay monarquías realmente laicas (aunque no todas conviertan al monarca en cabeza de la iglesia nacional, como la inglesa). Y por supuesto la perspectiva laica choca con la concepción nacionalista, porque desde su punto de vista no hay nación de naciones ni Estado de pueblos sino nación de ciudadanos, iguales en derechos y obligaciones fundamentales más allá de cuál sea su lugar de nacimiento o residencia. La justificada oposición a las pretensiones de los nacionalistas que aspiran a disgregar el país o, más frecuentemente, a ocupar dentro de él una posición de privilegio asimétrico se basa -desde el punto de vista laico- no en la amenaza que suponen para la unidad de España como entidad trascendental, sino en que implican la ruptura de la unidad y homogeneidad legal del Estado de Derecho. No es lo mismo ser culturalmente distintos que políticamente desiguales. Pues bien, quizá entre nosotros llevar el laicismo a sus últimas consecuencias tan siquiera teóricas sea asunto difícil: pero no deja de ser chocante que mientras los laicos "monárquicos" aceptan serlo por prudencia conservadora, los nacionalistas que se dicen laicos paradójica (y desde luego injustificadamente) creen representar un ímpetu progresista...

En todo caso, la época no parece favorable a la laicidad. Las novelas de más éxito tratan de evangelios apócrifos, profecías milenaristas, sábanas y sepulcros milagrosos, templarios -¡muchos templarios!- y batallas de ángeles contra demonios. Vaya por Dios, con perdón: qué lata. En cuanto a la (mal) llamada alianza de civilizaciones, en cuanto se reúnen los expertos para planearla resulta que la mayoría son curas de uno u otro modelo. Francamente, si no son los clérigos lo que más me interesa de mi cultura, no alcanzo a ver por qué van a ser lo que me resulte más apasionante de las demás. A no ser, claro, que también seamos "asimétricos" en esta cuestión... Hace un par de años, coincidí en un debate en París con el ex secretario de la ONU Butros Gali. Sostuvo ante mi asombro la gran importancia de la astrología en el Egipto actual, que los europeos no valoramos suficientemente. Respetuosamente, señalé que la astrología es tan pintoresca como falsa en todas partes, igual en El Cairo que en Estocolmo o Caracas. Butros Gali me informó de que precisamente esa opinión constituye un prejuicio eurocéntrico. No pude por menos de compadecer a los africanos que dependen de la astrología mientras otros continentes apuestan por la nanotecnología o la biogenética. Quizá el primer mandamiento de la laicidad consista en romper la idolatría culturalista y fomentar el espíritu crítico respecto a las tradiciones propias y ajenas. Podría formularse con aquellas palabras de Santayana: "No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente".


EL PAÍS - Opinión - 05-11-2005

Sunday, December 04, 2005

PRESUPUESTOS

1. Las cosas pueden cambiar. La historia es abierta. El pasado y el presente determinan una parte del futuro, pero el futuro es parcialmente inventable y podemos y queremos incidir en él.

2. Los cambios histó-ricos importantes son siempre un proceso lar-go y nunca episodios o reivindicaciones puntuales que puedan conseguirse de una vez. A menudo son el resultado del trabajo insistente de diferentes generaciones. Pero hace falta iniciarlos, mantenerlos y hacerlos crecer. Por este camino, a lo largo de la historia, la humanidad ha ganado retos gigantescos que han cambiado la vida sobre la tierra (desaparición del esclavismo, paso del sistema feudal al sistema democrático, sufragio universal, etc.).

3. La opinión pública es la herramienta más importante para provocar cualquier cambio. Una opinión pública bien informada, organizada y activa tiene una fuerza irresistible. Al final no son los gobiernos los que transforman la sociedad, sino las sociedades que transforman a los gobiernos.

4. Dónde hay personas hay conflictos. El problema no son los conflictos, sino la forma de resolverlos. Los conflictos, si se resuelven positivamente, sirven para el progreso de la humanidad. No es preocupante que los conflictos sean inevitables, lo que realmente importa es hacer evitable la violencia.

LA VIOLENCIA QUE HAY QUE ERRADICAR

5. La violencia es un criterio absurdo de resolución de conflictos. Con la violencia gana el más fuerte, no el más justo. No hay ninguna relación entre tener más fuerza y tener más razón. La violencia es la ley de los animales, no es la ley de la racionalidad.

6. La violencia es ineficaz: no resuelve los conflictos, sólo los tapa. No debemos confundir victoria con solución. Una solución impuesta por la fuerza, sólo se puede mantener con la fuerza y cuando la relación de fuerzas cambia, el conflicto resurge con un añadido de virulencia y resentimiento. La historia nos ofrece multitud de ejemplos de conflictos que reaparecen periódicamente.

7. El uso de la violencia ocasiona siempre males y sufrimiento. Como mínimo, representa causar un daño cierto para evitar uno hipotético, y la mayoría de las veces ocasiona males infinitamente superiores a aquellos que pretende evitar. Siempre es un método cruel, inhumano y degradante de la dignidad de la persona humana, tanto de quien la padece como de quien la practica. La guerra es una de las causas de sufrimiento más grande para la humanidad y, a diferencia de muchas otras, tiene su origen en una decisión directa tomada por alguien en un despacho. Hacer que esto resulte cada día más difícil es responsabilidad de todos.

8. Si en algún momento la guerra podía considerarse un mal menor, hoy en día es, con toda seguridad, un mal mayor. La aparición de la aviación, el bombardeo de ciudades y las armas de destrucción masiva han llevado a que en las guerras actuales el 90% de las víctimas sean civiles. ¿A quién protege, entonces, la guerra? ¿A quién defienden los ejércitos? Aunque sólo fuera por pura prudencia e instinto de conservación, no podemos utilizar la tecnología y los medios de destrucción del siglo XX (XXI) con la misma mentalidad de la prehistoria.

9. La obsesión por la seguridad crea inseguridad. El afán obsesivo para eliminar riesgos, acaba llevándonos a un estado neurótico de angustia crónica y a actuaciones irracionales que crean riesgos nuevos. El armamentismo es un ejemplo claro: ¡disponemos de la capacidad de destruir la tierra varias veces!

10. El concepto exclusivamente militarista de la seguridad es caro e ineficaz. El gasto militar mundial es del orden del billón de dólares al año. Con un 2% de esta cantidad sería posible eliminar el hambre de toda la tierra. Este inmenso esfuerzo, en el mejor de los casos, será inútil. Es mucho peor si se llega a utilizar. Hace falta preguntarse si todo esto nos hace sentir más seguros. Prevenir los conflictos y trabajar para erradicar aque-llas situaciones que las hacen inevitables (hambre, desequilibrios económicos, subdesarrollo, desigualdad de oportunidades, falta de cobertura social, etc.) es mucho más barato y crea más seguridad. Además, es útil, ya que mejora las condiciones de vida sobre la tierra.

11. La fabricación y el comercio de armas alimenta y hace más graves los conflictos. Las causas de los conflictos son a menudo complejas y diferentes, pero el negocio de las armas alarga y agrava sus consecuencias, cuando no los provoca directamente. Es un escándalo intolerable el aprovechamiento de los conflictos para el enriquecimiento privado y que los estados consientan y promuevan este tráfico.

LA PAZ QUE HACE FALTA

CONSTRUIR

12. La paz es un concepto positivo, que hace falta construir. La paz no es sólo ausencia de guerra. No es un hecho casual, sino que es fruto de una serie de condiciones que no son fáciles, pero que son imprescindibles si queremos conseguirla y mantenerla. La paz es difícil y frágil, pero es posible. El respeto de los Derechos Humanos y un orden económico justo, que hagan posible unas condiciones de vida dignas para todo el mundo, son elementos inseparables del trabajo por la Paz. En este sentido, algunas críticas a los estallidos de violencia, a los actos terroristas, incluso a ciertas campañas "humanitaristas", si no van acompañadas de la firme disposición a actuar sobre sus causas y modificar las situaciones que las originan, se convierten en hipocresía.

13. Pedimos que se inicie el cambio, no que se acabe hoy mismo. No pedimos que mañana hayan desaparecido todos los ejércitos. El cambio que proponemos es un proceso histórico que no se improvisa. Pero sí que podemos escoger entre seguir por el mismo camino o empezar a caminar en sentido contrario e invertir poco a poco la tendencia. No es una cuestión de todo o nada, pero hace falta empezar a mover algo. Hay muchos pequeños pasos posibles ya desde ahora.

14. Cambio progresivo en las prioridades de uso de los recursos económicos y humanos. Hace falta desmilitarizar el concepto de seguridad y liberar así unos recursos que serán más útiles y crearán más seguridad invertidos en otras direcciones, como algunas de las que se apuntan más abajo.

15. De la inversión militar hacia la inversión en desarrollo social. Una sociedad con grandes desigualdades y con una injusticia social flagrante, sólo se puede aguantar con fuertes aparatos policiales y con el uso de la fuerza. Contrariamente, cuanta más cohesión, justicia y armonía haya en una sociedad, menos neceéis-tará de la fuerza para mantenerse. Hacer posi-bles unas condiciones de vida dignas para todo el mundo y en su mismo lugar de origen, evitaría muchos conflictos. La inversión en justicia, en desarrollo, en seguridad social, en solidaridad, en ecología, lleva mucha más seguridad que la inversión militar. Hace falta avanzar en este trasvase de recursos.

16. De la investigación para la guerra hacia la investigación para la paz. Hace falta avanzar en los estudios de análisis y prevención de conflictos, en escuelas de mediación, en la búsqueda de instrumentos alternativos de resolución de conflictos. Sólo con una pequeña parte de los recursos que se destinan a la investigación y preparación de la guerra, es seguro que se habría conseguido gran eficacia en este terreno.

17. Ya hay modelos alternativos de resolución de conflictos. Hace falta remarcar que la mayoría de conflictos no se resuelven por la violencia. El funcionamiento de los estados modernos se basa en la renuncia al uso de la violencia de sus ciudadanos, que la delegan al estado. Éste, a cambio, ofrece protección y un sistema de arbitraje ante los conflictos (policía y sistema judicial). Con todas las imperfecciones que queramos, este es un sistema más racional y civilizado que la ley del más fuerte. Sólo hace falta pedir a los estados que cumplan entre ellos lo que exigen a sus ciudadanos.

18. De la solución hacia la prevención de los conflictos. Hace falta destinar recursos a la creación y mantenimiento de una red de detección y prevención de conflictos. De la misma manera que la medicina preventiva no consiste en llenar el armario de medicamentos, la prevención de los conflictos no deber consistir en armarse más que el otro o estar atento sólo a las cuestiones militares. Es necesario atender a los factores económicos, políticos, sociales, culturales, étnicos, fronterizos, ecológicos, etc., que son previos al estallido de la violencia y que son su causa. La intervención es mucho más fácil y eficaz en las fases previas o iniciales del conflicto que cuando el conflicto ya está encendido con toda su virulencia.

19. De los ejércitos ofensivos a los ejércitos defensivos. La renuncia de los ejércitos a dotarse de armamento e infraestructura que haga posible su actuación fuera de su propio territorio, haría disminuir al desconfianza y la desconfianza y la tensión internacionales. Este es un primer paso, pequeño pero posible, en el camino hacia la deseable desaparición de los ejércitos.

20. De la seguridad particular hacia la seguridad compartida. En materia de seguridad y conflictos internacionales, hace falta avanzar en la cesión de soberanía y de competencias, del estado a organismos supraestatales. Serían pasos en buena dirección:

- El desarrollo del Derecho Inter.-nacional.

- La creación de Tribunales Interna-cionales de Justicia o Arbitraje con sentencias vinculantes.

- El trasvase de medios humanos y económicos de los ejércitos estatales hacia unas fuerzas de interposición mundiales, algo parecido a la policía internacional, con formación e instrumentos adecuados y capacidades de interposición en zonas en conflicto. Este proceso debe cumplir dos condiciones:

1) Respeto al principio de subsidiariedad (lo que se puede resolver en un ámbito más reducido no debe resolverse en un ámbito más amplio).

2) Regulación y cuidado de su control (sólo hace falta fijarse en el distinto significado de la policía en país democrático o en una dictadura). Esto es inseparable del siguiente punto.

21. Perfeccionamiento de la estructura y del funcio-namiento de la ONU. Las limitaciones y la escasa eficacia y transparencia de algunas acciones de la ONU son evidentes. Asimismo, su existencia es un paso importante y, sin su intervención, muchas cosas probablemente habrían ido peor. Pero, para que la ONU pueda asumir con garantías los puntos anteriores, hace falta avanzar en su representatividad, demo-cratización, dotación de medios humanos, económicos y jurídicos.

22. Control de la fabricación y el comercio de armas. Ilegalizar las armas de destrucción masiva, restringir progresivamente la fabricación y el comercio de armas convencionales, y avanzar hasta la reconversión de la industria militar en civil.

23. Reconocimiento del pleno derecho a hacer la objeción de conciencia, en cualquier forma de colaboración en la preparación de la guerra. Objeción al servicio militar, insumisión, objeción fiscal, científica, etc., y cualquier forma de desmarcarse del militarismo, el armamentismo o la violencia, son aportaciones inestimables a la paz. Defendemos el pleno reconocimiento y la protección legales de estos derechos.

24. Difusión y promoción de la Noviolencia. La Noviolencia es la raíz del pacifismo. Sin ella es fácil encontrarse con contradicciones. Es a la vez una forma de vida y un método de acción y lucha. La búsqueda de la Verdad, la Justicia, el Amor y la Libertad, también para el adversario, hacen posible actuar de forma diferente ante los conflictos, tanto personales como colectivos. El no violento excluye la neutralidad, la rendición, la huida y la violencia. El trabajo interior para adquirir estas actitudes e impregnar de él las acciones, es también trabajo por la paz.

25. La educación por la paz a toda la población es el camino de la instauración de una Cultura de Paz. La educación por la paz no es un tema exclusivamente escolar para los niños y niñas. Son los adultos los responsables de hacer los pasos que nos deben aproximar a un mundo en paz. Nadie puede cargar a los niños con unos problemas que los adultos no saben o no quieren resolver. Proyectar las frustraciones sobre ellos es una manera de crearles angustias inútiles y paralizantes. La educación por la paz comporta una presentación alternativa de la historia (remarcando como hechos positivos no las victorias militares sobre otros pueblos, sino aquellos que han procurado una mejora en las condiciones de vida sobre la tierra). Los héroes históricos y de ficción, los modelos de identificación, los valores dominantes, etc., conviene revisarlos bajo esta óptica.

Nos proponemos llegar a toda la población, con el convencimiento de que no defendemos un bien o un interés particular en contra del bien o del interés de los demás, sino que defendemos cosas posibles, que deben proporcionarnos una calidad de vida mejor para todo el mundo.

ACTUALIDAD DE "PACEM IN TERRIS"

Tres afirmaciones permanentes de la encíclica

Tres son las grandes afirmaciones que podríamos retener como las de actualidad más permanente de aquel documento: la dignidad de la persona; la necesidad de una autoridad supranacional y el valor de la democracia.

La dignidad de la persona. El pensamiento de Juan XXIII sobre los derechos ocupa un lugar central, puesto que éstos son la base de la convivencia humana. Estos derechos se fundamentan en la naturaleza de la persona, que según la doctrina teológica es una criatura de Dios. Así, dice Pacem in terris que "en toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre y la mujer tienen por sí mismos derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables" (n. 9). Encontramos en estas palabras el origen de tantos movimientos por los derechos humanos y por la paz en el mundo católico. La tarea está comenzando, es cierto pero ya no admite retroceso, e incluso dentro de la Iglesia deben abrirse nuevas perspectivas incoadas en la encíclica.

Una autoridad pública mundial. La garantía eficaz del orden internacional nuevo que surgía en aquellos años no era posible sin una autoridad mundial que estuviese al servicio del bien común mundial. La encíclica insiste sobre este punto y sobre la importancia de la ONU como institución para garantizar el bien común universal y la paz. Pablo VI con su inolvidable viaje a la sede de NN UU en octubre de 1965 y Juan Pablo II en repetidas ocasiones no han dejado de recorrer este camino y de confiar en ese instrumento como el mejor para resolver los conflictos de la humanidad. Sin embargo en los últimos años la ONU ha sido ignorada, tanto con ocasión de la intervención en Kosovo (1999) o en Afganistán (2002), como en la reciente acción militar en Irak, esta vez de forma mucho más grave. La Santa Sede reaccionó con dureza contra quienes ignoraron y prescindieron del Derecho internacional y reiteró que sólo una acción avalada por el Consejo de Seguridad de la ONU era conforme a la legalidad vigente y tenía legitimidad. Estas recientes circunstancias hacen ver cómo la petición de Juan XXIII de esa autoridad política mundial sigue teniendo toda su fuerza (nº. 136-145)

El valor de la democracia. La encíclica afirma que los hombres "tienen derecho a elegir los gobernantes de la nación, establecer la forma de gobierno y determinar los procedimientos y los límites en el ejercicio de la autoridad". Esa es la definición que Pacem in terris da de régimen democrático y a ella consagra bastantes e importantes páginas la encíclica. Aunque en ésta se hace referencia a la separación de poderes clásica, se pone en relación el régimen político con el bien común: "La razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el bien común". Estos hombres de gobierno deben "reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover" los derechos de la persona humana, y facilitar a los ciudadanos el cumplimiento de sus deberes respectivos. La encíclica, que hablaba de respeto de las diferencias, de renovación periódica de los gobernantes, de constitucionalización de los derechos, de regulación jurídica de los nombramientos de las autoridades, entre otros temas, tuvo una importancia capital en la evolución del catolicismo abierto español.

Una aventura como la que representó la revista Cuadernos para el Diálogo, nacida en 1963, bajo el inmediato influjo de la encíclica, reconocido en sus páginas y por su fundador en reiteradas ocasiones, es una muestra de la actualidad de entonces y de la hondura profética de sus afirmaciones. La profundización en la democracia se ha convertido a comienzos del siglo XXI en el verdadero programa común de todos los que quieren que sea la justicia, y no los intereses particulares, la que rija la vida pública.

(De un editorial de RAZÓN Y FE, julio-agosto – 2003, pp. 9-11)

Algunos textos de Pacem in Terris

Cuadro de texto: 1. Si consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimidos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna (n. 10).

2. Con la dignidad de la persona humana concuerda el derecho a tomar parte activa en la vida pública y contribuir al bien común (n. 26).

3. A la persona humana corresponde también la defensa legítima de sus propios derechos: defensa eficaz, igual para todos y regida por las normas objetivas de la justicia (n. 27).

4. La convivencia civil sólo puede juzgarse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana si se funda en la verdad... Esto ocurrirá cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los derechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás (n. 35).

5. En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana (n. 60).

6. Tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes debe ser la tarea esencial de todo poder público (n. 60).

7. Es preciso que haya una cooperación internacional para procurar un más fácil intercambio de bienes, capitales y personas (n. 101).

8. Es necesaria una autoridad pública de alcance mundial (137).

9. Deseamos que la Organización de las Naciones Unidas pueda ir acomodando cada vez mejor sus estructuras y medios a la amplitud y nobleza de sus objetivos. Ojalá llegue pronto el tiempo en que esta Organización pueda garantizar con eficacia los derechos del hombre, derechos que, por brotar inmediatamente de la dignidad de la persona humana, son universales, inviolables e inmutables (n. 145).

AMÉRICA LATINA: Las 25 huellas del Papa


Diego Cevallos*


Cuadro de texto:  En sus 25 años de papado, Juan Pablo II visitó igual número de países de América Latina y el Caribe y a su paso cambió el rostro de la Iglesia Católica de la región, arrinconando a su otrora vigorosa ala progresista.

El Papa elevó a fines de septiembre de 21 a 24 la cantidad de cardenales latinoamericanos, una decisión que los observadores interpretaron como otro paso para afianzar posiciones doctrinarias en América en momentos que su salud flaquea.

Casi la totalidad de los 164 antiguos prelados y los 31 nuevos que conformarán el Sagrado Colegio Cardenalicio pertenecen a la actual línea vaticana. De ellos, 135 tienen menos de 80 años y por tal habilitados para designar al sucesor de Juan Pablo II si éste muere o renuncia antes de los próximos seis meses.

El polaco Karol Wojtyla, elegido Papa el 16 de octubre de 1978, viajó en 18 ocasiones a América Latina y el Caribe, la primera vez en 1979, que comprendió Santo Domingo, México y las islas Bahamas, y la última en 2002, cuando regresó a territorio mexicano y visitó Guatemala.

En esos periplos dio la comunión a dictadores, criticó a presidentes, llamó la atención a detractores, marcó línea y casi siempre fue acogido con calidez por los fieles, aunque también recibió abucheos, como en 1983 en Nicaragua, gobernada por una junta izquierdista de la que participaban algunos sacerdotes.

Es el momento de fundar una iglesia nueva "para el tercer milenio", señaló Juan Pablo II en sus primeras homilías, objetivo que en América Latina y el Caribe se tradujo en claros movimiento de timón en la doctrina y en la jerarquía eclesial.

De los prelados católicos latinoamericanos que participaron o retomaron con fuerza el Concilio Vaticano II (1962-1966), considerado raíz de la Teología de la Liberación, casi nadie queda en la actual cúpula de la Iglesia. De hecho, apenas cinco de los 135 cardenales electores no fueron nombrados por el actual Papa.

En Brasil y México, los dos países que tienen la mayor cantidad de católicos en el mundo y a los que el Papa visitó cuatro y cinco veces, respectivamente, salieron de escena prácticamente todos los obispos de corte progresista.

Además, varios religiosos conocidos por su cercanía con la Teología de la Liberación, corriente que pone acento en la actividad social y política con los pobres, fueron investigados y hasta sancionados por la jerarquía de la Iglesia.

Así, el cardenal Joseph Ratzinger, director de la Congregación por la Doctrina de la Fe del Vaticano, presentó en 1984 un largo alegato cuestionando algunos principios de esa corriente.
El caso más célebre fue el del sacerdote brasileño Leonardo Boff, a quien el Vaticano impuso un voto de silencio, hecho tras el cual el religioso abandono su investidura.

En México, el obispo Samuel Ruiz, quien trabajaba en el meridional estado de Chiapas, cuna de la guerrilla zapatista, fue también investigado por presuntas desviaciones doctrinarias y a los diáconos indígenas que nombró se les prohibió ejercer su mandato.

"A mi juicio el primer perdón que tendría que pedir la Iglesia Católica ahora sería a los pobres defraudados. Por ser una iglesia rica y porque, cuando otros han apoyado a los pobres, fueron condenados como falsos profetas", declaró Boff en una entrevista reciente con un diario mexicano.

Para el sacerdote José Oscar Beozzo, director del Centro de Servicios a la Evangelización y Educación Popular (CESEP) en Sao Paulo, los 25 años de pontificado de Juan Pablo II caminaron por "la vía negativa y de la obstrucción".

En Brasil se marginó a "toda una generación de (religiosos) progresistas", dijo a IPS Beozzo, autor del libro "Iglesia Brasileña de Juan XXIII a Juan Pablo II- de Medellín a Santo Domingo".

Obispos de reconocida trayectoria en el ala progresista de la Iglesia brasileña, como el ya fallecido Helder Cámara, nunca fueron elevados a cardenales. Mientras, otros obispos como Ivo Lorscheiter, Luciano de Almeida y Celso Queiroz sufrieron represalias veladas, siendo relegados a diócesis modestas del interior del país, explicó Beozzo.

Cuadro de texto: El Papa cambió su discurso y pasó entonces a  En la Universidad Católica de Río de Janeiro fueron expulsados varios teólogos como Pedro Ribeiro de Oliveria y Clodovis Boff, hermano de Leonardo, por tener cercanía con la Teología de la Liberación.

Beozzo cree que "el Vaticano cometió una equivocación al confundir América Latina con el este europeo", aunque destacó que luego el Papa cambió su discurso y pasó entonces a "criticar el mercado salvaje".

Por su parte, el teólogo mexicano Carlos Monteverde sostuvo que la actuación que tuvo el Papa en una visita a Nicaragua en 1983, cuando gobernaban los sandinistas, y la que mostró en Chile y Argentina en 1987, gobernados por dictaduras militares, desnudó la posición doctrinaria del Vaticano en estos últimos 25 años.

En Nicaragua, ante más de 700.000 personas, Juan Pablo II criticó al gobierno surgido tras la victoria de la guerrilla del Frente Sandinista para la Liberación Nacional contra la dictadura somocista, pero no dijo una palabra de la llamada "Contra", que financiada por Washington buscaba derrocarlo en ese momento.

Su discurso en ese país centroamericano fue recibido con gritos de rechazo, ante lo cual y fuera de protocolo, ordenó en varias ocasiones hacer "silencio", lo cual exacerbó aún más a la multitud que hacía sólo cuatro años había dejado atrás más de cuatro décadas de gobierno dictatorial de la familia Somoza.

En cambio, en Chile y en Argentina dio sin problemas la comunión a los dictadores militares y sólo hizo periféricas referencias a las violaciones de los derechos humanos cometidas en esos dos países en los años 70 y 80.

En 1996, en ocasión del 50 aniversario de matrimonio del ex dictador chileno Augusto Pinochet (1973-1990), Juan Pablo II y su brazo derecho Angel Sodano, enviaron una foto del primero junto a una dedicatoria en la que se refería a los homenajeados como "una pareja cristiana ejemplar".

En lugar de avanzar, la Iglesia sufrió durante la gestión del actual Papa un gran atraso "porque buscó consolidar sus estructuras tradicionales y no se dieron los cambios que se requerían", dijo a IPS Francisco Avendaño, ex director de la Escuela de Ciencias Ecuménicas de la Universidad Nacional de Costa Rica. "Juan Pablo II, junto con sus asesores, quiso reconstruir la Iglesia del pasado", sentenció el experto. Al referirse a la Teología de Liberación, opinó que el Papa "la neutralizó al nombrar obispos y sacerdotes conservadores".

Para el mexicano Monteverde, las posiciones del Vaticano en estos 25 años fueron mudando con el derrumbe del bloque comunista europeo en los años 80, proceso en el que el Papa influyó.

Ante el surgimiento del mundo unipolar controlado por Estados Unidos, tras la desaparición de la Unión Soviética, el máximo jerarca de la Iglesia Católica comenzó a criticar con dureza "el capitalismo salvaje" y en viajes posteriores a América Latina puso énfasis en demandar justicia económica y respeto a los derechos humanos.

Así lo hizo en su viaje a Cuba en 1998, cuando en ese país caribeño de régimen socialista comandó celebraciones y encuentros con sectores políticos y económicos, en lo que ya no usó el duro lenguaje escuchado años atrás en su visita a Nicaragua.

Nadie podría decir que Juan Pablo II no cambió a la Iglesia en América Latina, llevándola de su inclinación progresista y más terrenal de los años 60 y primera parte de los 70 a otra conservadora y con acento en la salvación espiritual, concluyó Monteverde.

Será esa nueva Iglesia Católica la que celebre con varios actos los 25 años de papado del polaco Wojtyla. Después, en una ceremonia especial, el Vaticano formalizará el ingreso de los 31 cardenales designados a fines de septiembre, tres de ellos latinoamericanos, con los que sumarán 195.

De ellos, 135 tiene potestad para elegir y ser elegidos como sucesores del actual jefe de los más de 1.000 millones de católicos del mundo.

* Con aportes de Mario Osava (Brasil), María Cecilia Espinosa (Chile), Humberto Márquez (Venezuela) y José Eduardo Mora (Costa Rica), MEXICO, oct (IPS)

JUSTICIA Y EVANGELIO INSEPARABLES

Bio-Bac, un medicamento contra el cáncer víctima de la injusticia

BENJAMÍN FORCANO, teólogo.

Cuadro de texto:  Será por las razones que sea, pero es lo cierto que en los cristianos en general y en especial en los sacerdotes, parece cundir todavía la idea de que la acción por la justicia es ajena o colateral al anuncio del Evangelio. A pesar del Vaticano II y del Sínodo de los Obispos (1971) que dice: "La acción en favor de la justicia y la participación en la transformación del mundo se nos presenta claramente como una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio". "Nuestra acción debe dirigirse, en primer lugar, hacia aquellos hombres y naciones, que por diversas formas de opresión y por la índole actual de nuestra sociedad, son víctimas silenciosas, más aún, privadas de voz".

Vamos hacia atrás, hacia un retraimiento en lo espiritual y privado, hacia una prevalencia del templo y del culto y hacia un olvido, casi desairado, de los clamores de la injusticia y de sus víctimas. Todo eso sería cuestión de la política, y como la política es enrevesada, espuria y corrupta, lo mejor es no mirarla y apartarse de ella. Volvemos al dualismo: el Reino de Dios no es para este mundo, ni para el cambio de las estructuras socioeconómicas, ni para la presencia de un testimonio personal público, coherente y profético. Ese terreno es el de la banalidad y la política de Dios no se mancha con lo cotidiano y grosero de las ambiciones humanas. Es más cómodo remandarlo a la piadosa subjetividad de cada uno, que permite luego cambalaches y prostituciones de todo tipo.

La contradicción es hiriente: la acción ministerial de la Iglesia, sobre todo institucional, da relevancia solemne a las celebraciones litúrgicas, vela por ellas, es tenaz en su cumplimiento, mide por ellas el mayor o menor grado de una vida cristiana, vuelve a requerir una y otra vez la observancia de leyes y prácticas religiosas, y también se preocupa por temas de la familia, de la moral sexual, y no faltan documentos buenos sobre otros temas sociales. Pero, la desproporción es innegable: los problemas de la vida, los que de verdad afectan a la gente, (vivienda, salud, trabajo, educación... guiados todos ellos por un profundo sentido de justicia e igualdad) apenas si se los ve tratados relevantemente desde los principios y criterios del Evangelio. Incluso, demasiadas veces, están ausentes del mensaje evangélico.

Podemos hacer la prueba preguntando sin más: cuántas palabras, orientaciones y acciones (derivadas del Evangelio y de una ética cristiana) se han inculcado en torno al tema de las elecciones del 25 de mayo, cuántas sobre la especulación del suelo y sobre los intereses inmobiliarios urbanísticos, cuántas sobre la degradación y traficamiento de la vida urdido por las multinacionales farmacéuticas, cuántas sobre la inmoralidad de la guerra contra Irak, cuántas sobre una política que da primacía al dinero y lucro, cuántas sobre la explotación e indignas condiciones del campo laboral, cuántas sobre la apuesta por la acrecida e incalificable carrera de armamentos, cuántas por el deterioro de la vida democrática a costa de intereses partidistas endiosados...

Mal que nos pese, esa es la trama real, secular y profana, donde minorías con poder cuecen y dirimen el destino de nuestra vida. Y como mi fe, y mi salvación, y mi pertenencia al Reino de Dios, y mi condición de seguidor de Jesús lo es ya (incoativamente) para este mundo, no me puede ser indiferente ese gran campo donde acontece, se realiza y decide la suerte de la vida. La política es de todos, no de unos pocos o de unas minorías privilegiadas. Si tenemos la política que tenemos (sectaria, autogratificante, agresiva, mentirosa) es porque nosotros queremos o lo permitimos. No estamos en una democracia real, participativa, con protagonismo popular sino en una democracia aparente, impositiva, que se harta de prometer, donde cuentan los intereses y el favoritismo de unas minorías en el poder. Es la democracia de los propietarios, propietarios porque nosotros los hemos hecho.

En consonancia con esto, cristianos de a pie, hemos tenido la oportunidad de afrontar e investigar un tema de enorme trascendencia, vivo, interpelante, que afecta a la vida, la salud y futuro de miles y miles de ciudadanos. Se trata de lograr, amparados en la justicia, que se vuelva a comercializar el Bio-Bac, invento y producto debido a la tenaz investigación del Doctor Fernando Chacón. Con él se ha llegado a la presión, manipulación y miseria moral. El Doctor Chacón tiene hoy 86 años y en condiciones de abnegación, lealtad y generosidad excepcionales, ha entregado lo mejor de su vida a investigar el cáncer (origen, desarrollo, propuestas de erradicación, etc.) en una dirección que hoy han asumido los científicos más reconocidos en el tema. Es impresionante el frío e implacable imperio de las multinacionales farmacéuticas a la hora de imponer sus leyes e intereses.

Este es un caso más donde se demuestra que la democracia está en manos de una oligarquía liberal, que actúa impunemente. Los ciudadanos tenemos nuestro poder, que no debemos ceder a ningún sectarismo económico o político, pero que necesitamos preservar de toda domesticación y sometimiento para poder defender nuestra dignidad y derechos.

En España hay más de 150.000 enfermos de cáncer, siendo esta la segunda si no la primera causa de mortalidad. Muy probablemente, usted tendrá que ver con más de un caso cercano.

Nuestra propuesta: Rompamos la ignorancia y pasividad, tomemos conciencia del inmoral imperio de las multinacionales farmacéuticas, organicémonos, plantemos bien nuestras acciones, hagamos valer nuestra dignidad y retengamos el protagonismo que nos corresponde.

Para más información: Contactar con la editorial Nueva Utopía que acaba de editar un interesante y completo trabajo de investigación listo para ser difundido. Editorial Nueva Utopía bforcanoc@tiscali.es

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